"Un hombre permanecía asido a un madero que flotaba en alta mar. En ocasiones el oleaje y el viento amenazaban con separarlo del madero y en más de una tormenta pensaba él que había estado a punto de perecer pues las olas pasaban por encima de su cabeza y durante largos segundos no podía respirar. En esto que vio pasar un ave y desconsolado se dijo “que fácil sería para mí sortear este mar si tuviera alas pues aquí estoy al borde de la muerte.”
El amor a sí mismo es el punto de partida desde el cual una persona encuentra el propio respeto a sí mismo y en virtud de ese respeto y bienestar se relaciona con el prójimo. Pensamos y decimos que es necesario amarse a sí mismo como el opuesto al desprecio de sí mismo, es decir, cuando no nos valoramos suficientemente, pensamos que somos poca cosa, y en general, nos sentimos hundidos.
Pero, ¿de dónde arranca esta necesidad de hallar respeto y satisfacción con uno mismo?
Uno de los cambios importantes en el nivel de conciencia de una persona, en el que se empieza a comprender mejor a sí mismo, es el de la percepción de la existencia del ego. El ego es nuestro yo interior que nos reclama más en la vida, una suerte de instinto de conservación crecido, que ambiciona y desea aquellas cosas que percibe como buenas. Ante la carencia de las mismas surge un vacío… que sirve de alimento de desánimos, insatisfacciones, depresiones. El ego persigue lo que se le antoja que es bueno y ambiciona desde el cariño y la admiración de los demás a un coche de última tecnología, anhela desde el respeto del mundo a un trabajo mejor remunerado, desea desde una pareja que se amolde perfectamente a nuestras necesidades y que sea comprensiva con nosotros a un aspecto físico y una imagen personal de top model… ambiciona en suma, toda suerte de facetas materiales y espirituales que una persona pueda poseer y lo exige además en un grado que resulta “ideal” respecto a nuestras actuales circunstancias. Y es que el hecho de ambicionar algo ocasiona como mínimo la conciencia de una carencia -somos conscientes que nos falta “algo” – que en el mejor de los casos se suple con “la esperanza de algún día alcanzar lo que se pretende” y en el peor de los casos con una funesta desesperanza o resignación.
Y vivimos en una sociedad de consumo donde incluso el amor se ha convertido en un bien más que puede ser “comprado”. Hoy día muchas “redes sociales” de internet se venden así; “entra, paga y encuentra el amor de tu vida”. Así pues nuestra sociedad y los valores que la conforman son ideales para crear personas frustradas que no alcanzan el modelo ideal de vida que nos venden los medios de comunicación a través del cine, anuncios, internet… El contrapeso al vacío que sentimos es el buscar el reconocimiento interior de que somos valiosos y que merecemos lo mejor. Sin embargo como todo en esta vida, los extremos son peligrosos y si la insatisfacción con lo que es uno mismo no representa sino un mal que tiene su raíz en el egoísmo -el ego nos muestra lo que desearíamos ser y no somos-, de la misma manera el amor por nosotros mismos acaba convirtiéndose igualmente en otra enfermedad del egoísmo con otros síntomas y otros efectos negativos.
¿Qué significa amarse a uno mismo? ¿En qué se manifiesta esa actitud? El principal problema del amarse a uno mismo estriba en que de entrada plantea una actitud interior que tiene igualmente al ego como foco principal. Igual que una persona con baja autoestima se mira a sí mismo y extrae su baja consideración sobre lo que es, quien se considera posee una autoestima elevada, o incluso simplemente adecuada, parte de ese mismo enfoque interior que estriba en tener una visión interior de lo que uno es, que en este caso resulta ser algo satisfactorio. El foco sigue siendo uno mismo, lo único que ha cambiado es el diagnóstico. Es obvio que es mejor sentirse bien antes que estar deprimido, pero sucede que la egolatría no procura la felicidad. Como nuestro naufrago, sucede que en ambos casos estamos asidos al mismo madero, que es el ego, lo único que cambia es si el oleaje parece que nos va arrastrar al fondo marino o si el mar se ha calmado y la tormenta ha pasado… pensamos que el madero al cual estamos asidos es nuestra tabla de salvación y al él nos aferramos hercúleamente para conservar la vida.
¿Cuál es el problema entonces de la autoestima? ¿qué es lo que tiene de malo? Pues como todo aquello que tiene su origen en el ego, éste tiene una naturaleza absolutamente insaciable. Es difícil de aplacar. La consideración de lo que uno es, lo que uno vale como firme sobre el que se asienta nuestra vida se tambaleará cuando nuestras circunstancias fallen o cuando nuestro ego logre finalmente echar abajo esa idea satisfactoria con la que nos “conformábamos”. Sin embargo ese no es el principal problema.
El amor por uno mismo tiene una muy considerable influencia en cómo nos relacionamos con los demás. El trato con las personas, familia, amistades, conocidos generan roces… y yo pregunto; ¿cómo puedes mantener tu autoestima intacta y perdonar a la vez si por ejemplo has resultado públicamente ofendido? ¿Cómo puedes sacrificarte por amor al prójimo y renunciar a ti mismo a la vez que no herir tu autoestima si ésta clama que tú tienes la razón en lo que correspondía hacer o decir? ¿Por qué tratar con personas que no están a nuestra altura y que no nos van a poder aportar nada, nos reprochará la autoestima juzgando al prójimo en virtud de lo que somos nosotros y lo que juzgamos son ellos? Sucede, o al menos eso trato de hacerte ver, que el amor por uno mismo frecuentemente tropieza con el amor por los demás. De hecho el amor por uno mismo no es sino una manifestación del egoísmo que es la antítesis del amor… donde existe el uno no puede existir el otro y … ¡es el amor lo que nos colma!, estamos hechos para amar- que frase tan fácil de escribir pero tan difícil de entender-. El aprecio por uno mismo choca frontalmente con todos los caminos que llevan al amor porque fomenta, en mayor o menor medida, la vanidad, el orgullo, la soberbia… nos llena de arrogancia. Incluso puede ser mucho peor; la egolatría nos lleva de la mano a analizar con lupa el ver cómo nos trata la gente, desarrollando una sensibilidad que exige respeto, cariño, dedicación, en un grado inalcanzable por quienes nos rodean… como toda consideración que procede del ego, lo que recibimos resultará absolutamente insatisfactorio; dicho con otras palabras, nos hacen personas melindrosas e insoportables porque siempre exigimos más, esperamos lo mejor de los demás. Incluso las amistades pueden tornarse difíciles de mantener porque los demás no llegan a nuestro excelso grado de valores y sensibilidad.
Pero hay una escapatoria a este potente imán que es el ego… podemos soltar el madero y abandonar volando ese piélago hirviente y peligroso. ¿Cuál es? Sencillamente el dejar de escrutar en esa dirección interior… dejar de ser egoísta. Esa capacidad de apartar el pensamiento de nosotros mismos procura una enorme paz interior y surge naturalmente la aceptación de uno mismo, con sus capacidades y aptitudes… con sus defectos y deficiencias. De hecho, a medida que aumenta el conocimiento de uno mismo sucede, es inevitable, que tu humildad crezca y crezca pues comprendes, cada vez con una luz más diáfana, cuán lejos, lejísimos, te hallas de la suma bondad que es Dios. Comprendes el poder de tu egoísmo que todo lo tuerce, hasta lo que incluso parece más generoso y bondadoso… pero este conocimiento que alimenta la humildad no te desasosiega, de esa profunda aceptación surge una paz serena, absolutamente respetuosa con quien te rodea pues te sabes que en nada eres mejor que nadie. Y en el terreno de la humildad es donde la simiente del amor mejor crece.
Cuando una persona descubre la posibilidad de escapar de ese enfoque hipnotizante que es el propio ego -tanto como fuente de autodesprecio como de amor a sí mismo- todo un mundo se abre a sus ojos, pues es en ese momento cuando descubres lo que representa el amor, el vivir con la mirada interior centrada en quienes te rodean, y en primera instancia, en Dios mismo. El amor es la mirada que surge de tu interior que tiene su foco en el prójimo, por eso la búsqueda de Dios a través de la oración es el camino de la liberación del alma. Y es que nuestro cuento, amigos míos, termina cuando el naufrago, desprendiéndose del madero pensando que ha de perder la vida, descubre que las almas no tienen sino alas para volar.
Mateo 10, 39 : “El que quiera conservar la vida, la perderá, y el que la pierda por mí, la conservará”
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