jueves, 7 de junio de 2012

Una Mirada a los Cines Porno


León, Gto.-El ambiente en la sala del cine Buñuel es espeso, como nata. Entre la penumbra, algunas siluetas se cruzan por la pantalla, buscando un poco de diversión. Van de butaca en butaca para encontrar un ligue.

En esta sala los teléfonos no se apagan, no está prohibido fumar y nadie pide a los espectadores que se mantengan en sus asientos.

La puerta se abre constantemente y todos los que entran van a lo mismo: a toparse con alguien para tener un encuentro sexual.

Así es el ligue en el cine Buñuel, sin palabras ni coqueteos. Sólo son tocamientos y respiraciones agitadas. Nadie pregunta cómo te llamas o a qué te dedicas. Sólo es necesario aceptar, aflojar un poco el cuerpo para entender que es hora de pasar un buen rato. El verdadero espectáculo ha comenzado.

Lo espeso del Buñuel no es por la venta de sustancias o la prostitución. Drogas y sexoservicio hay en toda la ciudad. Tampoco se trata de las películas. Solamente son enormes genitales, agrandados aún más por los zooms de las cámaras.

Mientras la película se proyecta en la pantalla, los asistentes van y vienen, acechan y cazan. Lo particular es que todos son hombres.

Hay mucho papel de baño regado en el piso y manchas por todos lados, entre una de las filas, hay algo parecido al vómito. Las butacas rojas están viejas y muy sucias, hay algunas que no tienen respaldo, para
acomodarse mejor.

Recargados en la pared, a lo largo del pasillo, una hilera de hombres (la mayoría lleva gorra) escrutan la sala. A pesar de la oscuridad, todos observan a todos.

Los cuerpos se mueven de un lado a otro entre la obscuridad y la escasa luz de la antigua sala.
El vaho de la respiración excitada de tantos confluye con el olor a sudor y el humo de los cigarros, acentuando aún más la espesura en el ambiente.

En la antepenúltima fila, un hombre llega acompañado de un enorme travesti rubio. Se sientan en las butacas de en medio y se acomodan. Enseguida, el travesti mete la mano en el pantalón del hombre y observan por un momento la pantalla, mientras la rubia hace lo suyo.

La pareja de la película está en el clímax. Es en ese momento cuando el travesti que está en la sala de cine, desciende hasta la entrepierna del hombre. En una de las filas delanteras, el gorro de una sudadera gris realiza un movimiento similar al del travesti.

En las butacas, en los pasillos, regados por la sala, los hombres andan en busca de compañía y, por supuesto, la encuentran. Sólo es necesario acercarse y poner la mano en la pierna, si nadie dice nada, todo continúa.

Recargado en la pared, un hombre robusto disfruta de un joven y todos andan a la caza de lo mismo.

En el Buñuel no hay mujeres, las únicas “chavas” son travestis que trabajan ahí. Esperan afuera de la sala, luego entran para buscar un cliente, aunque algunos ya llegan acompañados.

El Buñuel tiene funciones corridas. Desde las 11:00 de la mañana hasta las 10:15 de la noche y el cine nunca está solo. Alrededor de 300 personas entran diariamente. Los fines de semana el número de asistentes aumenta y el Buñuel cierra a las 2:00 de la mañana.

En este cine no hay distinciones. Los hombres llegan tanto en bicicletas como en camionetas de lujo. Hay zapateros, albañiles, empresarios, maestros, abogados. No importa el estrato social o el título. En el Buñuel todo eso se pierde en la penumbra de la sala.

El cine también tiene sus clientes distinguidos, como un hombre que entra en una motoneta, al parecer un cobrador. Trae en uno de los bolsillos de la camisa (de donde
saca 30 pesos para la entrada) algunas tarjetas para llevar las cuentas. Según Ramiro, uno de los ocho empleados que trabajan en el cine, este hombre va todos los días, a la misma hora, luego de terminar
de trabajar.

Mientras éste asegura su motoneta, otro en la taquilla paga la entrada. Ramiro dice que aquél señor es abogado y susurra que también es gay. Luego señala a otro, un hombre de casi 60 años sentado en una de las sillas que se encuentran en el lobby del cine. Viste con ropa deportiva y tiene puesta una gorra, lee el periódico. Ramiro cuenta que es maestro de una prepa cercana al cine y que todos los días va para encontrar algún jovencito a quién llevarse a casa. Al igual que los otros dos, también es gay.

Pero no todos los que van al Buñuel son homosexuales. También asisten parejas para buscar diversión swinger. Dentro de la sala hacen sus contactos y los invitan para hacer la fiesta. Se ponen de acuerdo para
ir a otro lado. Hay parejas que vienen de Silao, San Francisco o Salamanca.

El Buñuel, según Ramiro, es un lugar para que la gente haga lo que no le es posible hacer afuera. Se disfrazan, dice, para entrar y que nadie los reconozca. Dejan sus identidades en otro lugar para hacer aquí, aquello que quieren esconder.

La estancia donde se encuentra la taquilla es muy iluminada y sobresalen los colores cafés. Tiene una pequeña salita en donde hay una televisión y el área para comprar refrescos, papas o cigarros. Visto desde
ahí, el Buñuel parece un lugar agradable.

Los baños están limpios (al menos los de mujeres) en comparación con el interior de la sala.

El viejo cine es una muestra de lo que es sobrevivir a las crisis cuando das en el clavo. Dejó de ser un cinema familiar hace 30 años, cuando los VHS le robaron el mercado. Tuvo que cambiar su giro y dejó las
matinées por la permanencia voluntaria con películas porno. Ahora se llama Fantasía XXX, aunque todos lo sigan conociendo como el cine Buñuel. La propietaria es una dama, como la llama Ramiro.

A pesar de que todo León sabe cuál es el cine Buñuel, no todos han entrado (y posiblemente no lo harán) a uno de los cines más antiguos de la ciudad.


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